Subo a una 129 en la chimba. Leo por enésima vez un cuento de Borges. Me preparo a soñar un hombre nuevo. A medio camino me despierta un tema de Lucho Barrios, el peruano más chileno, cantado en vivo y a la carta sobre el microbus del transantofagasta. El cantante, peruano también, da muestra de profesionalismo y manejo de su oficio. La voz aguardentosa y entonada calma en el ambiente. Desamor y resignación.Todos escuchan el tema, algo los toca. La piel se eriza. No lo tengo al alcance de mi vieja EOS 5D. Cuantos fueron tocados, tantos dieron su aporte al viejo cuando paso su sombrero. Pienso en esos cantantes de blues célebremente desconocidos y despreciados pero hoy adulados. Me bajo en el centro que hierve de gente sin sonrisas.
Luego de hacer los trámites y compras del penúltimo día de este año vuelvo a tomar la famosa 129. El chofer me saluda y recuerda una vieja conversación.Le pago y hablamos un rato de un club de gorreados que busca socios. Reimos sobre la cantidad creciente de posibles postulantes. Poco más allá sube un muchacho albino con un aparato para mp3 o algo así. Lo he visto antes. Es un poeta hip hop. Compone sus rimas sobre una base grabada. Hoy canta sobre la lucha diaria, las contrariedades y un nuevo comenzar con una lúcida fuerza. Lo escucho y luego lo retrato. Pierde el ritmo, pero lo recupera. La cámara lo puso nervioso. Termina su acto y pasa su jockey hiphopero. Le doy las pocas monedas que me sobran. Le hago una seña. Recuerdo a los Beastie Boys. Sueño con una Jaiba gigante destruyendo esta ciudad. Despierto y me bajo algo más allá de mi destino.
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